miércoles, 28 de marzo de 2007

En los últimos 10 años, Irlanda se ha catapultado de la retaguardia económica europea a la vanguardia de las economías del Viejo Continente. Más recientemente, el crecimiento económico irlandés ha aminorado. Aunque muchos observadores intentan atribuir el éxito de Irlanda a las transferencias de fondos que recibe de la Unión Europea, un análisis más detallado muestra que el éxito irlandés debe ser atribuido a una creciente confianza en el libre mercado.
En 1987, el ingreso per cápita de la República de Irlanda rondaba el 63% del del Reino Unido. De 1990 a 1995, la economía irlandesa creció en más de un 5% al año, y de 1996 al 2000 llegó a más del 9% al año. Hoy en día, el ingreso per cápita de $25.500 de Irlanda supera al per cápita promedio del Reino Unido en $3.200.
La asombrosa historia económica del país en los últimos diez años ha llevado a algunos a apodar a Irlanda el Tigre Celta. Entender las causas del éxito irlandés puede ayudar a este país a evitar errores políticos durante su actual período de crecimiento lento que minarían su potencial futuro.
Luego de un período de estancamiento de 13 años con un crecimiento de menos del 2%, Irlanda tomó un curso de acción más radical que incluyó recortar el gasto, abolir agencias gubernamentales, y reducir las tasas impositivas y las regulaciones. Al mismo tiempo, el gobierno hizo compromisos creíbles de no llevar a cabo gasto deficitario ni de inflar la moneda.
La larga historia de comercio libre y abierto de Irlanda también jugó un rol en su recuperación. Sin embargo, únicamente después de haber liberado otros aspectos de su economía al reducir los impuestos, irregular la economía, mantener una inflación baja y proveer un ambiente fiscal estable, ha podido Irlanda estar en capacidad de crecer lo suficientemente rápido como para sobrepasar el mayor nivel de vida europeo.
Los subsidios agrícolas son un componente de las transferencias de la UE y son un ejemplo de cómo transferencias bienintencionadas pueden obstaculizar el desarrollo económico.
La presencia de fondos de la UE crea una olla de oro que los empresarios irlandeses pretenden. Esto provocará que algunos empresarios, quienes con anterioridad se dedicaban a actividades productivas e innovadoras, en su lugar destinen sus esfuerzos a cabildear en procura de subsidios. Este cabildeo desperdicia recursos tanto físicos como humanos que pudieron haber sido utilizados para satisfacer las demandas de los consumidores y aumentar el crecimiento económico.
No es de sorprender que, cuando se comparan las transferencias de la UE con las tasas de crecimiento económico, no encontramos ninguna relación positiva.
Si los subsidios fueran una de las principales causas del crecimiento de Irlanda, deberíamos de esperar que el crecimiento irlandés fuera el más alto cuando estaba recibiendo la mayor cantidad de transferencias. Sin embargo, las estadísticas muestran que las tasas de crecimiento y las transferencias netas como porcentaje del PIB se han movido en direcciones opuestas durante las tasas de mayor crecimiento de Irlanda en los noventa.
Irlanda empezó a recibir subsidios luego de integrarse a la comunidad europea en 1973. Los ingresos netos promediaron un 3% del PIB durante el período de rápido crecimiento (1995-2000), pero durante el período de crecimiento lento (1973-1986) éstas promediaron un 4% del PIB.
La afirmación de que el éxito irlandés se debe fundamentalmente a la entrada masiva de inversiones directas americanas es una simplificación excesiva, pese a la importancia de este fenómeno (de hecho la inversión directa fue relativamente importante desde principios de los sesenta). Tras la apertura de la economía en 1958, que constituye el primer paso para superar la condición de sociedad rural aislada, el punto de inflexión que conduce a un crecimiento extraordinario se produce en 1986, cuando en respuesta al relativo estancamiento y a una crisis de expectativas se instrumentó un cambio institucional en el que se ha basado el elevado crecimiento posterior. A mediados de los ochenta se llegó a afirmar que Irlanda había alcanzado una situación parecida a la de países del Tercer Mundo, pues sufría de un colonialismo industrial y tecnológico que le había llevado al estancamiento.
Los dos elementos fundamentales en la nueva estrategia son: 1) la competitividad es el objetivo clave de la economía al que debe supeditarse las decisiones del Gobierno y de las fuerzas sociales y 2) el consenso -social partnership- es la forma de abordar la solución de los problemas. El acuerdo nacional de que toda la estrategia debe supeditarse a la competitividad lanza un mensaje muy claro y muy positivo a todos los agentes económicos. El tipo de consenso que se empezó a instrumentar entonces (y que aún continúa) va mucho más allá de acuerdos salariales entre Gobierno, patronal y sindicatos. No son tanto un compromiso entre intereses en conflicto, sino un diagnóstico común de la situación y, a partir de ahí, un acuerdo sobre el camino a seguir.La respuesta de finales de los ochenta en Irlanda a la situación de la economía estuvo muy lejos del triunfalismo propio de otras latitudes y el compromiso de las partes con su propio análisis y con los acuerdos fue notable. El Gobierno fue muy riguroso en el cumplimiento de los acuerdos fiscales y los sindicatos mantuvieron su compromiso, aunque hasta 1993 la creación de empleo fue bastante débil.El Gobierno abandonó cualquier política macroeconómica activista y saneó con singular rigor las cuentas públicas, consiguiendo simultáneamente una sustancial reducción del endeudamiento público y una rebaja de los impuestos (a la que seguirán otras en los años posteriores). Esto facilitó los acuerdos sobre moderación salarial. La reducción de impuestos estimuló la disposición al esfuerzo de una población relativamente bien formada. Pero, además, ha permitido que una elevación moderada del salario real pagado por las empresas haya ido acompañada de un crecimiento mayor de la retribución neta recibida por los trabajadores. En ese contexto, una exitosa política de captación de inversiones extranjeras directas en sectores tecnológicamente avanzados puso en marcha un intenso proceso de reindustrialización, que acabó por tener efectos externos positivos sobre el desarrollo empresarial nacional.La implantación de empresas extranjeras de tecnologías avanzadas ha generado efectos positivos sobre el desarrollo de profesionales y empresarios locales. Probablemente, el tipo de política industrial seguida, centrada en la prestación de servicios y en la asistencia a las empresas, ha contribuido a este proceso de transferencia intangible de tecnología.

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